Carta desde Italia a un inmigrante en Argentina
Chieti, enero 28 de 1886.
Querido amigo:
Gracias a Dios que después de tantos años he podido averiguar tu paradero y tener noticias tuyas. Hace pocas semanas fui a Nápoles y tropecé con tu tío.
[…]
Sé que estás bien, que has hecho dinero en el comercio y que por añadidura e has casado con una hija de ese país: ¿Te ha costado mucho trabajo el hacer ese dinero? […] ¿Es la América como la pintan? ¿Es verdad que por allí corren los miles como por aquí las centenas, que hay tantas riquezas inexplotadas que aprovechar, tantos negocios lucrosos que emprender, tantos medios de hacer fortuna en un dos por tres? Háblame claro sobre esto […] ¿Qué hacen, de qué viven, a qué se dedican tantos italianos como hay en ese país? ¿Qué concepto merecen a los naturales? ¿Hay periódicos italianos?
¿Son buenos o malos? A la verdad que es cosa que pica mi curiosidad, saber cómo pueden entenderse, combinarse, armonizarse gentes de tantas nacionalidades y tan diversas en lenguas, orígenes, costumbres, manera de vivir y pensar. Debe ser un espectáculos grandioso ver cómo allí hay lugar para todos y muchos más, mientras por aquí todos sobramos y nos comemos unos a otros. […]
Esto está que huele, amigo mió; mejor dicho está podrido; para cada puesto cien aspirantes, para cada mendrugo de pan, cien hambrientos. Aquí no hay que pensar en fortunas, ni siquiera en ahorros; hace mucho el que gana para vivir, aunque no muy holgadamente. Yo voy agotando mi poca inteligencia en continuos proyectos, pero nunca doy con uno susceptible de llegar a ser realidad, con probabilidades de mejora para mi presente y algunas ventajas para mi porvenir. Entre esos proyectos el que más me ha hecho cavilar, y ha estado más de una vez muy cerca de recibir mi unánime aprobación, y por consiguiente de ser puesto en ejecución, es el de arrancar el vuelo, como las aves, que huyendo de los rigores invernales, buscan continentes, regiones y climas más benignos y más propicios a sus necesidades y deseos, y desprendiéndome de afecciones muy queridas, pero que no alivian en nada mi situación, emprender viaje, como tú lo hiciste, para el Nuevo Mundo , y ver si aún me queda tiempo para prepararme una vejez menos angustiosa, de la que tendré indudablemente aquí. ¿Qué te parece la idea? ¿Me moriría allí de hambre? ¿No encontraría alguna colocación u ocupación, que yo pudiera desempeñar satisfactoriamente? De todas maneras sabes que soy fuerte y robusto, de pocos escrúpulos, dispuesto a todo.
Al principio, mientras aprendo la lengua y estudio al país me amoldaría a cualquier trabajo, por rudo que fuese. Espero me hablarás francamente sobre esto, y sobre lo demás, rogándote especialmente me contestes a vuelta de correo. […] Recibe pues un abrazo de tu amigo.
/LORENZO SCATOLA
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