¿El fin de la antropología? por John Comaroff



La muerte de la antropología ha sido promulgada muchas veces. Muchas veces. En ocasiones de manera fatalista y en otras de forma triunfalista. Al modernizarse los pueblos primitivos, pregonaban algunos, desaparecería el objeto de estudio de la antropología y en consecuencia lo haría también la disciplina misma. Muchos otros predican que la identidad de la antropología, nuestro “territorio” (para emplear una imagen del sociólogo de las disciplinas académicas Tony Becher) está siendo invadido por otras disciplinas: unos emplean el método etnográfico, otros (no sólo académicos) toman y dejan cuando quieren al promiscuo concepto de “cultura”. Y algunos cuantos más, acaso más francos, se lamentan de que la antropología esté perdiendo espacios institucionales en las universidades y centros de investigación (para algunos, de la antropología a los estudios culturales hay un pequeño trecho). Desde luego, hay varias formas de morir. Al menos de agonizar.

¿El fin de la antropología?


En un reciente artículo, el antropólogo de origen sudafricano John Comaroff ha regresado a la discusión sobre el final de la antropología. Desde un inicio declara su escepticismo acerca de los apocalipsis disciplinarios. De hecho, y de manera más interesante —a mi parecer—, se ocupa más de quienes responden a las crisis y muertes anunciadas de la antropología que a quienes anuncian el fallecimiento de la disciplina. Y es que en ocasiones son más preocupantes, nos hace notar Comaroff, las respuestas que se dan sobre la vitalidad de la antropología que las acusaciones sobre su morbilidad. La pregunta ya no es por el final, sino por cuál es el mejor futuro para la antropología. Dejar atrás los paliativos. Veamos.
Comencemos con quienes consideran a la antropología una disciplina en fase terminal, agonizando en su lecho de muerte. Para algunos, la antropología ya ha perdido su método distintivo (la etnografía), sus conceptos básicos (la cultura), así como su terreno de comparación (las sociedades no occidentales). Para otros, la antropología ni siquiera tiene un tema de estudio propio. Todo lo que estudiamos puede ser investigado, acaso con mejores luces, por los estudios culturales, la ciencia política, la historia del arte, la crítica literaria e incluso, hay que decirlo, por el periodismo. Unos más sostienen que sí hay un tema de estudio, pero es sumamente difuso, se difumina entre el todo y la nada, está en todas partes y a la vez en ninguna.
Ahora vayamos con quienes intentan salvar a la disciplina y a algunos ejercicios desesperados de respiración de boca a boca y de otros primeros auxilios (queda claro que a muchos antropólogos no les importa siquiera si la antropología está muriendo o no). Unos anuncian un regreso a lo local (nuestro “paraíso perdido”), ya que, sostienen, la principal habilidad de la antropología es conocer comunidades a pequeña escala. Sin embargo, advierte Comaroff, esta posición se enfrenta a una crítica planteada a la disciplina hace muchas décadas atrás: la atención a fuerzas macro-cósmicas y macro-históricas. Definitivamente, si el paraíso existió en alguna ocasión, ya lo hemos perdido para siempre. No hay que caer en el localismo bruto, nos dice Comaroff, sino entender las complejas mediaciones entre lo local y lo global.
Otros prefieren refugiarse en un empirismo fractal. ¿Particularismo histórico reloaded? Tal vez. Excepto sin la meta última de Boas de llegar a generalizaciones científicas. El propósito: la descripción más cuantiosa de actos, eventos, experiencias, imágenes, narrativas y objetos del mundo fenoménico. Que el antropólogo y sus teorías intervengan poco. Y si es el propio nativo el que cuenta todo ello, ¡qué mejor!
Algunos más añoran regresar a lo básico, a los orígenes, a los fundamentos, como al concepto de cultura. El propio Comaroff ha sido víctima de proposiciones como ésta. A propósito de su estudio con Jean Comaroff sobre el colonialismo y el cristianismo en Sudáfrica (un libro que, por lo demás, yo encuentro fascinante, Of Revelation and Revolution), la reciente “antropología del Cristianismo” acusa a los Comaroff de reducir el cristianismo al colonialismo y otros procesos históricos. ¡No, la fe es cultura! ¡El cristianismo es cultura! Comaroff, por supuesto, responde: no se puede comprender un fenómeno sin su materialidad y su historicidad. El cristianismo no es sólo fe, mucho menos es sólo cultura. Su praxis ha tenido importantes consecuencias políticas y económicas en todo el mundo.
Ni localismo bruto, ni empirismo ingenuo, ni criptoculturalismo. ¿Qué futuro nos depara entonces? El argumento central de Comaroff es que debemos entender a la antropología como praxis, como un modo de producir conocimiento basado en unas cuantas operaciones epistémicasestrechamente relacionadas y que funcionan como fundamento de la epistemología y metodología de la antropología. Son operaciones que han acompañado a la disciplina a lo largo de toda su existencia y que cruzan fronteras teóricas y dominios etnográficos. ¿Cuáles son estas operaciones epistémicas?
La primera es el extrañamiento crítico del mundo vivido, el desentrañamiento de cómo el mundo es percibido, experimentado, fabricado y disputado. Por ejemplo, cuando Malinowski nos muestra, a propósito de su crítica a Freud sobre el complejo de Edipo entre los trobriandeses, que necesitamos un descentramiento crítico de las percepciones occidentales sobre la familia, el parentesco, la sexualidad y el deseo. Ya que, recordemos, la hostilidad de los jóvenes trobriandeses no era hacia su padre, sino hacia el hermano de la madre. ¿Instinto sexual o relaciones de filiación matrilineales?
La segunda operación epistémica es el mapeo de los procesos de ser y convertirse, de cómo los verbos de hacer se convierten en sustantivos de ser. Es decir, ¿cómo las realidades sociales son realizadas?, ¿cómo los objetos son objetificados?, ¿cómo las materialidades son materializadas?, ¿cómo las esencias son esencializadas? Recordemos la anarquía ordenada de los nuer estudiada por Evans-Pritchard y cómo se expresaba en un lenguaje de linajes segmentarios, en toda una semiótica de la sangre; o la teoría de la alianza de Lévi-Strauss, cómo el intercambio de parientes se sedimenta en lo que parece ser un orden social “natural”; o bien, los planteamientos de Frederick Barth sobre los grupos étnicos, los cuales no existen naturalmente, sino únicamente bajo ciertas formas de organización social de delimitación de fronteras. Esta es una vocación verdaderamente desesencializadora. Deconstruccionista dirían algunos.
La tercera operación epistémica es más evidentemente metodológica. Se trata del empleo de las contradicciones, las contra-intuiciones, las paradojas y las rupturas como fuentes de revelación metodológica. Pensemos en los dramas sociales que Victor Turner analizó para desentrañar la dialéctica entre los procesos y estructuras sociales de los ndebmu, sociedad casi trágica destinada al drama constante por su configuración matrilineal y virilocal. Pobre Sandombu y su aldea de locas y prostitutas.
La cuarta operación es la inserción de la etnografía en el contrapunteo del aquí y el allá, del entonces y el ahora, del espacio y el tiempo. No se trata únicamente de contextualizar histórica y espacialmente a la población bajo estudio. O mejor dicho, la contextualización histórica y espacial no está empíricamente dada, hay que construirla, ya que “el contexto siempre es un asunto profundamente teórico”.
La quinta y última operación epistémica que destaca Comaroff consiste en que, para él, los fundamentos mismos de la disciplina se encuentran en la teoría fundamentada (grounded theory), en un contrapunteo entre lo inductivo y lo deductivo, lo conceptual y lo empírico, la observación etnográfica y la ideación crítica, entre lo épico y lo cotidiano, entre lo significativo y lo material. Sin el primer polo de estos binomios, seríamos simples periodistas; sin el segundo, una especie de filósofos de segunda. Sí, podemos hablar de los intercambios de brazaletes y collares, de la relación de algunos individuos con sus vacas, de los pleitos entre linajes, de espectadores de peleas de gallos, de ventas de crack en un barrio en Nueva York, todo ello junto con reflexiones sobre la naturaleza del homo economicus, de las formas de organización política, de teorías del significado, así como de los cambios en la economía política norteamericana.
Así que, para Comaroff, no. No es el fin de la antropología. Y no porque tengamos un objeto de estudio único, una teoría particular o un método y técnicas que nos distingan de las demás disciplinas. Son las operaciones epistémicas de nuestra praxis las que nos diferencian de otras disciplinas, operaciones que hay que seguir cultivando y que nos muestran que la antropología más que una disciplina es unaindisciplina cuyos fundamentos conceptuales y técnicas de producción de conocimiento tienen un gran potencial para abrirse a nuevos horizontes. Y para ejercer la crítica. Al respecto, igual viene a mi mente el libro de Esteban Krotz, La otredad cultural entre utopía y ciencia, en donde también pasa revista por distintas discusiones sobre las crisis de la antropología y defiende que no nos caracteriza un paradigma, un método o un objeto de estudio, sino una perspectiva particular, la alteridad, perspectiva que, me parece, guarda una estrecha relación con las operaciones epistémicas analizadas por Comaroff.
John Comaroff. 2010. The end of Anthropology, again: on the future of an in/discipline. American Anthropologist 112 (4): 524-538.

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