Inundación en Buenos Aires - El periplo del año ‘85

(...), la ciudad de Buenos Aires fue azotada por la denominada “lluvia del siglo”, un temporal que entre el 30 y el 31 de mayo de 1985 descargó más de 300 milímetros de agua sobre la urbe. Con más de una docena de fallecidos y miles de evacuados, aún hoy se mantiene como el mayor registro pluviométrico para un solo día sobre el territorio porteño, según el Servicio Meteorológico Nacional (SMN).



I.
Mayo de 1985. El último día del mes cayó tanta agua sobre Buenos Aires que a ese fenómeno se le llamó “la lluvia del siglo” (poco original, ya lo se). Comenzó a llover la tarde del jueves y luego de más de trescientos mm de agua caída en continuado, solo a las primeras horas del sábado cesaría la lluvia pero el día crítico fue sin duda ese viernes 31 de mayo del 85.
Por ese entonces yo vivía en Virreyes provincia de Buenos Aires, y viajaba todas las mañanas a mi trabajo en el barrio porteño de Mataderos. Un viaje de una hora y media en dos colectivos era mi rutina de todos los días, y aquella mañana de viernes la única diferencia fue salir bajo la lluvia, con campera impermeable y no mucho más, tomé el colectivo de la línea 21 a Liniers como de costumbre; ese sería el comienzo del periplo más extraño que me tocó rumbo a mi jornada laboral en Disque, que así se llamaba la empresita familiar de telefonía adonde me dirigía. Como era habitual a esa hora el colectivo se llenaba en pocas paradas, ya en el puente sobre la Avenida Márquez la cosa parecía andar mal porque no se avanzaba por Panamericana, la autopista por aquel tiempo era poco más que una ruta y cuando llovía mucho varios puentes y cruces se anegaban, así que pronto encontramos el camino cubierto de agua e invisibilizado, fue así que a la altura de Thames en Vicente López el chófer tomó el primer desvío del camino con rumbo a Boulogne buscando salir del embotellamiento.
De allí en más el viaje fue dar curva y contracurva una y otra vez tratando de regresar a la Panamericana primero y a la avenida General Paz después pero era imposible, una tras otra las calles estaban inundadas, el colectivo no podía cruzar y los coches retrocedían trabando aún más el camino, así fuimos itinerando por los barrios interiores linderos a la capital, Villa Adelina, Munro, San Martin, Villa Martelli siempre bajo la lluvia incesante, con las calles obstruidas y el tráfico desorientado y sobrecargado, imaginé en ese momento un mapa de los barrios como un hormiguero anegado y alborotado.
El recorrido habitual de una hora y pico se hizo eterno, tanto que al cabo de cuatro horas llegué a Mataderos cerca del mediodía luego de hacer la combinación de colectivos en Liniers y tras largas esperas y caminatas inevitables cuando por fin ingresé a la casona-taller donde se había montado la empresa estaba totalmente empapado, no era el único, los demás habían llegado antes pero también pasados por agua. Éramos todos técnicos jóvenes de veinte tantos años promedio y no tuvimos más remedio que quitarnos toda la ropa, escurrirla y trabajar en ropa interior con las demás prendas colgadas frente a las estufas y con ventiladores a máxima velocidad para tratar de secarlas. Era todo un lastre pero ya estábamos bajo techo y cumplimos algunas obligaciones como se pudo, tomamos unos mates y una vez repuestos y medianamente secos nos permitieron regresar a casa temprano, a las cuatro ya estábamos saliendo de regreso, otra travesía se iniciaba.
Adolfo, dic20

II.
La ciudad había alterado por completo sus rutinas, había barrios enteros sin luz eléctrica, gente evacuada de sus hogares, calles obstruidas por el tránsito excesivo o anegadas por completo con el agua que no bajaba. Entiéndase ciudad en el sentido más amplio por todo el conurbano que rodea a la capital ya que la emergencia se extendía desde el puerto de Buenos Aires hasta Morón y desde Tigre a La Plata por lo que muchas de las arterias principales estaban al menos parcialmente inutilizables, la autopista Panamericana, la avenida General Paz, avenida Libertador, etc. prácticamente no había recorrido garantizado por ninguna parte. Aún así a media tarde emprendí mi viaje de regreso a casa.
En vista de lo caótica que había sido la mañana decidí tomar en otro sentido, las radios daban noticias del estado de anegamiento de mi recorrido habitual por Liniers así que tomé rumbo al este, hacia el centro de la ciudad. Al salir a la avenida más cercana (creo que era Alberdi) circulaban algunas líneas de colectivos que como era de esperar viajaban repletos, con mucha gente presurosa por volver al hogar, iban a paso lento y debían salirse del recorrido por razones obvias, era muy desagradable el hacinamiento y la humedad que volvía el aire denso e irrespirable, las ventanillas se abrían de a ratos pues la lluvia paraba y retomaba de manera intermitente, además estaba frío y no se podía dejar abierto mucho tiempo, las personas estaban muy mojadas sin excepción. Por fortuna yo viajaba sentado escuchando una pequeña radio FM que a poco se quedó sin pilas y me tuve que conformar con el paisaje urbano del sur-centro de la ciudad de Buenos Aires, una cinta interminable de color gris aplomado, triste, monótono y desconocido pues había tomado una línea al azar y ni imaginaba qué recorrido hacía, así que cada tanto aguzaba la mirada a ver si aparecía algún punto de referencia conocido para saber al menos dónde estaba. No sucedió. El viaje se tornó más largo de lo esperado, dos horas o más, no lo sé. De a poco fue anocheciendo aunque era temprano pero la nubosidad era tan cerrada que se hizo la noche y para cuando llegué a Palermo, en la zona de Pacífico ya estaba bien oscuro, al menos era un lugar conocido y eso me dió un alivio.
Como es de esperar, no estaba solo. Había corte de luz parcial, los semáforos no funcionaban y algunos bares abiertos se iluminaban con tenues faroles en su interior. La zona estaba repleta de gente vagando, en tránsito tratando de decidir qué hacer, muchos estaban empapados, otros desconcertados, una chica lloraba en un teléfono público quién sabe contándole a quien otro su desventura, algunos corrían desesperados tras eventuales taxis que también parecían desorientados. Pensé entonces en la fragilidad de nuestras costumbres, en cuanto se alteran una serie de rutinas o sitios que damos por seguros o permanentes no tenemos plan B, la ciudad nos acostumbra mal y somos altamente dependientes de sus servicios y de su comfort. En medio de tanta confusión hubo unos cuantos que tomaban decisiones, se consultaban, se aliaban, se solidarizaban y se ponían en movimiento. Decidí seguir sus ejemplos.
Yo estaba en la Avenida Santa Fé del puente Pacífico al sur, es decir del lado del centro, lo que recuerdo por aquel día como la "zona alta" porque las veredas y la calle estaban libres de agua pero del puente hacia el norte a partir de Juan B Justo una enorme laguna cubría por completo la calzada y las aceras, estaba todo inundado de bote a bote, en medio tan sólo asomaban los postes de luz y los semáforos y varios automóviles abandonados, el agua se extendía a lo lejos hacia la avenida Cabildo pero por la falta de iluminación era casi imposible saber hasta dónde llegaba. No obstante sabía que mi camino estaba en esa dirección y cuando se armó un grupo de peregrinos que decidieron cruzarlo a pie me uní a ellos.
Era bien sabido que hubo accidentes (incluso muertes) por las bocas de tormenta que se abrían bajo el agua y que podía ser peligroso encontrarse con cableados eléctricos invisibles bajo la superficie turbia y oscura. La estrategia entonces fue muy simple, se trataba de caminar en lo posible por el bulevar central de la avenida cuando lo hubiera y avanzar en fila, uno tras otro para pisar sobre seguro siempre por el centro de la avenida que suponíamos el punto menos profundo. Una coordinación simple y solidaria que no sería el único acto de comunión de la jornada, hubo quienes cuidaban sus zapatos, yo decidí dejarme puestos mis mocasines con suela de goma por si acaso. Tenía unos Cheroca que muchos recordamos con cariño de aquellos tiempos y que fueron mis fieles compañeros de travesía en la oscuridad peregrinando el camino a casa con el agua hasta los muslos por una de las avenidas más coquetas de la ciudad. De más está decir que por fortuna no hubo complicaciones, que al cabo de unas cuantas cuadras a paso lento (¿fueron seis, fueron díez? no lo se) llegamos por fin a Cabildo que subía en pendiente como una playa brillante y negra, al salir del enorme charco, sin mirar atrás tomé rumbo al norte. Por un rato se me olvidó el cansancio y pisar cada vez más en suelo conocido daba la esperanza y la certeza de hacerlo bien. La cuestión era avanzar.
No había muchos colectivos, era inútil esperar en una parada aunque había unas cuantas personas que estaban allí vaya a saber con qué suerte. Yo decidí caminar, iba solo, aunque éramos muchos en el mismo sentido no se hablaba se caminaba en silencio, los autos pasaban lentamente, los negocios ya habían cerrado y en lo alto los edificios lucían tenues iluminaciones en su ventanas, a poco de andar pasó un camión y detuvo su marcha ofreciéndose a llevarnos a zona norte (o tal vez se lo pidieron los que iban a pie). ¡No lo podía creer! Apoyado en la parte de atrás casi sobre la compuerta del camión volcador miré en silencio el paisaje. La ciudad mojada y en la oscuridad, el cielo cerrado, los autos en caravana y los destellos de sus faros en el empedrado de la avenida que dejábamos atrás lentamente, ya faltaba menos.
Cuando alguien quería apearse daba golpes en el chapón lateral del camión, el chofer se acercaba a un costado y bajaban quienes tenían que bajar, luego a los gritos la pregunta si ya está y a los gritos desde el fondo se daba la voz de continuar -Dale! -Vamos!!! atrás quedaban los agradecimientos y bendiciones de los transportados. Cuando llegó Virreyes, apenas pasando la cancha de Tigre hice lo propio y me bajé solo en esa parada, hasta la fecha agradezco a ese camionero a quien jamás le vi la cara siquiera pero nos dió una mano a tantos! Desde allí caminé unas cuadras hasta el centro comercial de la zona y esta vez una camioneta nos llevó a varios, nuevamente de favor y nada más. Con ésta llegué a casa y también se lo debo, eran casi las diez de la noche, llegué con mucho cansancio pero sorprendido de la gente que uno se puede hallar con desviar un poco su camino.
Ixx, jun2025

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