Crónica de viaje. Nogoyá 2024.

Apenas comenzada la primavera y en vísperas de su cumpleaños, Marina y yo viajamos al pueblo de su familia materna con motivo de buscar documentos que prueben su ascendencia para tramitar la ciudadanía. Son algunos requisitos para presentar una solicitud a la embajada de España y se deben realizar personalmente por lo que fuimos para hacer las gestiones en la iglesia y en el registro civil. Ese era el objetivo principal cuando salimos de Buenos Aires.


Es conveniente mencionar que desde que Marina comenzó a buscar los comprobantes que necesitaba fue descubriendo de a poco una interesante historia familiar y en base a testimonios dispersos, documentos, relatos históricos, ha tratado de reconstruir el recorrido familiar interiorizándose más allá del plan mencionado al comienzo.
La procedencia española se remonta a dos hermanos: Francisco y Rafael que llegaron a la Argentina provenientes de Padules, un pueblo pequeño de Almería en la región autónoma de Andalucía para instalarse en Nogoyá, provincia de Entre Ríos a finales del siglo XIX en parte movidos probablemente por la crisis en el campo producto de sequías y prolongadas guerras interinas y seguramente motivados también por las promesas del sur emergente, una tierra de campos fértiles, que demandaba mano de obra en cantidad y ofrecía viajes promocionales por las ciudades del interior de la península. Así fue que en 1889 embarcaron en el puerto de Cádiz en el buque Napoli que venía de Génova al Río de la Plata.
Francisco Antonio Ramón Granado, el menor de los hermanos se casó en la iglesia Nuestra Señora del Carmen de Nogoyá con María Praxedes Montero, oriunda de Paraná. Tuvieron más de diez hijos ( tal vez doce o catorce...) uno de ellos, Lucas Salvador se casaría en la misma iglesia con Benita del Carmen Acevedo, nacida en Chiqueros. Y su hija Aideé Rosalía, viajaría muy joven y formaría su familia con Juan Valenzuela en Buenos Aires, fue ella quien de alguna manera se llevaría la familia lejos del pueblo entrerriano, su segunda hija es Marina Gladys, la mentora de este viaje.
Tal como nos lo habíamos propuesto salimos temprano al centro del pueblo y comenzamos desde temprano en busca de los papeles. Fuimos a la delegación del registro civil y a la iglesia, allí ppr casualidad, nos enteramos hablando con la secretaria del párroco que nos atendió que algunos ciudadanos (tal el caso de su abuelo) eran enterrados en un sector del cementerio destinado a la comunidad de la Sociedad Española de Nogoyá y que en el municipio nos podían ayudar. Desafortunadamente en la municipalidad no tenían información sobre los enterramientos y nos enviaron directamente a pedir información al cementerio local.
La nota de color es que preguntando en el hotel cómo llegar al camposanto el conserje de turno me indica que vaya rumbo al norte y me dirija por la calle 25 de mayo hasta el final que daba a la puerta principal del mencionado cementerio, que no hay manera de perderse. De paso me comenta con humor de un conocido refrán de los lugareños: “que al final todos van a parar a 25 de Mayo al fondo”. También bromean con el pinar que bordea el camino en el último tramo antes de llegar, cosas de la gente del pueblo. 
Fuimos por la tarde. Rubén, el administrativo encargado del cementerio nos asiste amablemente y nos ayuda a ubicar a los abuelos que buscamos, no fue tan sencillo, tuvimos que ir dos días seguidos y en parte, buscar por nuestra cuenta, particularmente en el pabellón Español que tiene un ordenamiento propio y la administración no tiene registrado el orden de las ubicaciones por lo cual luego de recorrer dos veces los tres pisos del lugar cuando ya casi perdíamos las esperanzas algo encontramos. Era desalentador ver tanto daño en las placas, sustraídas o destruidas a lo largo del tiempo y casi se podría decir que un tercio de los nichos no eran identificables. Un amable cuidador del lugar nos acompañó con su perro, un mastín negro enorme que seguía su paso cansino mientras nos contaba historias de los pillajes y las medidas que tenían que tomar para prevenir. Él nos dió acceso al panteón español. Finalmente cuando quedamos solos hallamos en la segunda recorrida por el subsuelo una placa recordatoria de los bisabuelos Francisco y Praxedes. La sorpresa fue enorme al saber que estaban ambos, juntos allí y sus hijos los conmemoraban con una placa de bronce en forma de libro abierto sin la cual difícilmente los hubiéramos encontrado, al menorca en esta visita. Se sabe que la Sociedad Española de Nogoyá guarda los registros pero cuando la visitamos no nos brindaron ningún dato.  
Por su parte Benita y Salvador estaban en tumbas comunes sin identificación y sólo las encontramos por el plano y el registro que guarda la administración del lugar. Ambos sepulcros se encuentran a pocos metros uno de otro con un sendero de por medio, olvidados y a riesgo de perderse.

A su manera, Marina les dedicó unas palabras, unas flores y unas plegarias a cada uno de los difuntos, en definitiva ellos y ellas fueron el motivo principal de nuestro viaje.
Ixx, 2024

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