Los sueños de la razon

La vida y la obra de Oscar del Barco aparecen desplegadas como intensas experiencias de la razón y de la pasión que se internaron en el ámbito del pensamiento filosófico, la literatura y el arte. El volumen Escrituras, publicado por la Biblioteca Nacional, reúne casi cuarenta textos y resume treinta años de trato con el lenguaje, los exilios y los extremos a los que no sin peligro puede llegar la lucidez.

Por Mariano Dorr DOMINGO, 1 DE ABRIL DE 2012

Leer este volumen es una verdadera locura. O, mejor, habría que decir que este volumen parece recordarnos que leer, escribir, pensar o interpretar, incluso la posibilidad misma de la palabra, es ya un exceso o acceso a la locura. Oscar del Barco (Córdoba, 1928) es un intelectual cuya obra prácticamente no conoce límites; ha escrito sobre política, filosofía, historia, antropología, poesía, pintura. Fue militante del Partido Comunista, de donde fue expulsado en 1963; luego dirigió la revista Pasado y Presente (una publicación fundamental en la renovación teórica del marxismo en la Argentina). Vivió un largo exilio en México, donde dirigió el Centro de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Autónoma de Puebla y, de regreso en la Argentina, fue profesor de Teoría Política en la Universidad Nacional de Córdoba; actualmente colabora con la revista Nombres. Es autor de La intemperie sin fin, El abandono de las palabras, El otro Marx y Juan L. Ortiz. Poesía y ética, entre otros libros. Con el subtítulo de “filosofía”, la Colección Reediciones y Antologías de la Biblioteca Nacional reúne aquí casi cuarenta textos del multifacético filósofo, recorriendo más de treinta años de su pensamiento.
Escrituras se abre con un prólogo de Horacio González donde se da cuenta de las cuatro partes en que se dividen y reagrupan los textos de Oscar del Barco: una primera parte signada por la cuestión del marxismo leninismo; una segunda, dominada por la polémica de la crisis del marxismo; la tercera, con textos sobre Nietzsche, Heidegger y Artaud; la cuarta, con escritos que van desde inicios de los ’80 hasta la actualidad, donde Del Barco se presenta como crítico de literatura y de pintura. González –a propósito de este último racimo de textos– agrega: “Me permito decir que aquí se encuentra lo más hondo de este libro”. Y lo cierto es que el último tramo del libro es realmente excepcional. Sin embargo, vayamos al comienzo del volumen. “Esencia y apariencia en El capital” es el primer artículo recopilado, un trabajo de casi cien páginas –publicado por primera vez en Puebla, México, en 1977– donde Oscar del Barco explica en qué sentido debemos leer la obra de Marx como un caso notable de lo que Jacques Derrida denominó como “deconstrucción” de las categorías del pensamiento occidental. Y es precisamente un seguimiento a la letra de las nociones de “esencia” y “apariencia” en el texto marxiano lo que le permite al filósofo señalar que “se trata de pensar la conceptualización marxista fuera del orden filosófico, de establecer la ruptura radical de Marx con la filosofía como forma de pensamiento esencialmente teológico”.
¿Qué significa esto? Lo que hace Oscar del Barco es leer de qué modo ha leído Marx a Hegel. Y Hegel, por su parte, ha leído a toda la historia de la filosofía como a un único movimiento progresivo de la razón de Occidente. Marx nos muestra que la filosofía hegeliana (y toda filosofía, en realidad) no puede sino ser el corpus teórico de la burguesía. Nada queda por fuera de la explicación filosófica de la realidad; por lo tanto, la clase obrera es la nada. O peor, ni siquiera es la nada, queda incluso por fuera de la dialéctica del ser y la nada. ¿Qué es, entonces, la clase obrera? “Es una aberración, un accesorio del taller capitalista, un mero fragmento de su propio cuerpo, un esclavo, un autómata, la parte de una máquina”, escribe Del Barco, citando a Marx. Excluido de la realidad, el obrero sufre en su carne el hecho de que “hasta el trabajo más fácil se convierte en medio de tortura” para él. La clase obrera es una contradicción en sí misma. Al mismo tiempo, esta aberración constituye “un real”, es decir una ruptura hacia el interior de la realidad misma, engendrando así la hecatombe, su propio monstruo incontenible, la caída del orden burgués, la revolución. La deconstrucción es el resultado de conceptualizar la revolución en su propio movimiento, implicando la destrucción de la episteme occidental conformada “por un mundo de categorías (esencia, apariencia, verdad, ser, presencia) que dominan el pensamiento del conjunto de la sociedad”, escribe Del Barco en su más intrincado trabajo.
Escrituras. Oscar del Barco Ediciones Biblioteca Nacional 552 páginas
En “Tres notas sobre el problema de la hegemonía” (1978), Oscar del Barco aborda el problema del arte “de izquierdas”. En realidad, sugiere, no debe hacerse una distinción entre arte revolucionario y arte burgués. Si bien existe la utilización capitalista del arte, hay que afirmar que no existe algo así como un arte propiamente capitalista. No hace falta tematizar la revolución o la explotación del hombre para encontrar una obra revolucionaria. Decirle al artista lo que es o no es arte revolucionario no es sólo una vanidad sino sobre todo una estupidez. Los artistas “son hombres que viven hasta el límite su propia época y que, al margen de su ubicación política, ya sea de derecha o de izquierda, siempre son los chivos expiatorios de la sociedad, como lo señaló Antonin Artaud de manera precisa”. “El viaje de Artaud a México” (1981) es un texto hermoso, donde Oscar del Barco intenta distanciar a Artaud de las lecturas literarias de su obra: “Hay que decidirse, o consideramos a Artaud como un puro fenómeno literario, y entonces podemos seguir atribuyéndole a su locura lo que en realidad constituye la premisa de toda posible transformación de nuestro mundo, o lo aceptamos y avanzamos hasta las últimas consecuencias de su viaje”. Y no son muy diferentes a las consecuencias del propio viaje de Oscar del Barco: “Hay que dejar –decía Artaud– de tomar a los indios por salvajes (...), somos nosotros quienes debemos elevarnos hasta la altura de los indios”.
Es notable la belleza que consigue el autor en los últimos textos de esta recopilación, por ejemplo en “Acerca de El apóstol Mateo y El ángel de Rembrandt”, pero todavía más en los textos para catálogos y en el rescate de escritores, poetas, amigos y pintores que cierran el volumen: “El pintor siempre marcha al sacrificio con la cabeza engalanada de lámparas”, escribe, para un catálogo de una muestra de Nani Capurro, en México. En el catálogo de una exposición de Eduardo Vázquez Villanueva, escribe sobre una ramita “(que por un milagro no se quebró) puesta allí como un inmenso bosque, ¿para qué? La ramita, la humildad que es, habla”. Inolvidables, también, los textos sobre Antonio Marimón (autor de Aquí llega el sol), Romilio Ribero (poeta olvidado) y Mumo Gatti, su amigo antropólogo inmerso en una tribu de las costas mexicanas, “investigando” entre mujeres, marihuana, peyote, ron y pescadores. En Alternativas de lo post-humano (Caja Negra) se incluye un diario de viaje en el que Del Barco relata una visita a Mumo y sus experiencias con peyote y LSD. La obra de Oscar del Barco es tan impresionante como abierta; asomarse a su interior es una experiencia intensa, sólo comparable con las más crudas desventuras del pensamiento. Sus Escrituras parecen un desprendimiento infinitamente inteligente del famoso comentario de Goya según el cual el sueño de la razón engendra monstruos.

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