Hacheros del monte chaqueño
En 1906 surge una de las empresas que simbolizó la explotación y depredación imperialista en nuestro país: “The Forestal Land, Timber and Railways Co. Ltd”, más conocida como “La Forestal”, que llegó a tener 2.100.000 hectáreas repartidas entre el norte de Santa Fe y el Chaco*. Esta empresa con sede en Londres absorbió otras de origen inglés y alemán, cuyos representantes integraron el directorio. Fue la mayor explotadora de quebracho colorado del mundo, tanto en rollizos (madero para construcción), como para la extracción de tanino, que se destinaban al mercado externo (fundamentalmente a Alemania, Gran Bretaña, EEUU). “La Forestal” fue adquiriendo otras empresas, y gigantescas extensiones de tierra, con la complicidad de los gobiernos nacionales y provinciales.
“La Forestal”, como hoy las megamineras, era un Estado dentro del Estado, con policía propia, y hasta bandera. Las condiciones de trabajo eran brutales, particularmente para los hacheros, denominados por uno de los principales investigadores, Gastón Gori, los “obrajeros”.
Varían las cifras, pero se estima en más de 20.000 los trabajadores que supo tener La Forestal en su momento de mayor desarrollo. Los obrajeros trabajaban de sol a sol y recibían 2,50 pesos por tonelada de leña, en vales que sólo podían cambiar por mercaderías en las proveedurías de la empresa o de los contratistas que los conchababan. El contratista era intermediario con La Forestal, y hacía sus propios “negocios” con la venta de mercadería o “préstamo” de vales, bebidas, etc.
La mayoría de los obreros vivía hacinada, solteros o con sus familias, en chozas o “benditos”, simples enramadas, y dormían en el suelo, a veces en excavaciones -especie de zanjas- para protegerse mejor del frío. Las familias trabajaban a la par del hachero, sin recibir salario alguno. “Trabajo asesino” se lo llegó a denominar por los cotidianos accidentes. El trabajo de hachero lo hacían los originarios y criollos de la zona, los únicos que podían trabajar en las duras condiciones de los montes. Difícilmente permanecían más de 10 años en los bosques de quebracho. Cuando eran echados, los desalojaban de la vivienda, y si resistían la policía los llevaba fuera de los límites de la compañía.
Con los años, los trabajadores se fueron organizando, y las primeras y espontáneas rebeliones se transformaron en heroicas y sangrientas huelgas que conmovieron la zona entre 1919 y 1922 (...).
*El Territorio Nacional del Gran Chaco o Gobernación del Chaco, con capital en Villa Occidental fue creado el 31 de enero de 1872 mediante un decreto del presidente Domingo Faustino Sarmiento nombrando al comandante de las fuerzas argentinas acantonadas en Asunción, Julio de Vedia como gobernador. En octubre del mismo año, el Congreso Nacional ratificó el decreto del Poder Ejecutivo Nacional a través de la sanción de la ley N.º 576. Los límites del territorio no fueron mencionados en el decreto ni en la ley, pero se extendían desde el arroyo del Rey al Sur, hasta el río Verde al norte. Desde el Este, el territorio se extendía desde la costa del Río Paraguay, su confluencia con el Paraná y la costa sobre este río hasta el Arroyo del Rey. Sin embargo, hacia el Oeste el linde era impreciso.
*El Chaco fue declarado Provincia por la ley N.º 14.037 del 8 de agosto de 1951 y por ley del 20 de diciembre de 1951, pasó a denominarse Provincia Presidente Perón. Sin embargo, en septiembre de 1955 tras el golpe de Estado denominado Revolución Libertadora que derrocó a Perón, se quería borrar del país cualquier denominación que lleve el nombre de "Perón" por lo que esta denominación se dejó sin efecto por decreto-ley N° 4.145 del 17 de octubre de 1955 y se retornó a la anterior: Provincia del Chaco.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Territorio_nacional_del_Chaco).
Durante sesenta años La Forestal, una compañía inglesa dedicada a la explotación del quebracho colorado, estuvo radicada en el Chaco santafesino. Cuando liquidó sus propiedades para instalarse en Sudáfrica, dejó como testimonio un páramo de un millón de hectáreas, decenas de pueblos fantasmas, y el horror en la memoria de los sobrevivientes.
El 22 de junio de 1872, el gobierno santafecino contrató un empréstito con un banco londinense de extraño nombre latino, Cristóbal Murrieta y Cía. No pudo pagar la deuda contraída y debió negociar. Así, el Poder Ejecutivo, apremiado por un tal Lucas González, apoderado de la compañía, envió a la legislatura provincial un proyecto de ley para saldar la deuda con bonos fiscales y tierras. Era septiembre de 1880 y estos patriotas habrán pensado que había demasiada tierra y pocos argentinos, así que lo mejor era entregarla a la venta “en Inglaterra u otras partes de Europa”.
En abril de 1881 se otorgó el poder para la comercialización. La Legislatura expresó que esa tarea debía cumplirla alguien considerado idóneo, así que teniendo a mano a don Lucas González -más idóneo imposible- le pidieron el favor. Eran 668 leguas cuadradas de tierra (unas 1.804.563 hectáreas). González no encontró mejor cliente que su propia empresa y le vendió todo a Cristóbal Murrieta y Cía. Otro patriota argentino intervino en la operación como apoderado; era don Juan Bautista Alberdi. Dice el historiador Gastón Gori que ésta fue “la entrega más grandiosa de quebrachales colorados que se realizara en el mundo”. Cómo no iba a serlo, si los únicos lugares donde existía ese árbol eran el chaco argentino y el paraguayo.
“Se han salvado el honor y el crédito de la provincia”, dice el decreto de venta. Así comenzaba la historia, sin abundar en detalles. Desde el pueblo de San Cristóbal hacia el norte, donde hoy están marcados los límites con el Chaco, fue todo de The Forestal Land, Timber and Railways Company Limited, según se inscribió en el registro de contratos públicos en 1906.
https://h-debate.com/wp-content/old_debates/Spanish/historia%20inmediata/dargoltz/santiguenazo/2.htm
Tornsquist, símbolo de un gran latifundio forestal de mas de 800.000 hectáreas donde trabajaban 5.000 hacheros y donde en un solo día de 1913 se cargó 400.000 durmientes de quebracho colorado.
EL OBRAJE: La descripción del obraje forestal, en muchos aspectos, en nada difieren de los obrajes textiles coloniales, donde fue extinguida la mano de obra indígena.
Aún en el presente, pese al tiempo transcurrido y las leyes de protección de los trabajadores, en los obrajes del Chaco santiagueño se mantiene la relación feudal entre el patrón y el hachero, con la complicidad de los gobiernos de turno. Una de las formas de corrupción política que el pueblo trabajador debe soportar.
La organización del obraje forestal fue muy simple. Un contratista, denominado conchabador, prometía "ríos de dinero" volteando quebrachos para la Compañía. Excelentes sueldos, viviendas de material, agua corriente, luz eléctrica, etc. En pocos años, trabajando fuerte, el hachero podía lograr una buena "diferencia", para volver a su terruño y seguir cuidando sus rebaños y cultivando sus pequeños condominios, sin títulos de propiedad, pero heredados de generación en generación desde la época colonial.
Siguiendo esta quimera e ilusionado por este "paraíso" desconocido el nativo abandonaba "temporariamente" sus pertenencias, se convertía en hachero y era trasladado con su familia, a muchos kilómetros de su población de orígen.(11)
Los hacheros ingresaban al monte virgen y se transformaban en seres errantes, vagabundos, dispuestos a cargar sus enseres domésticos, sus pocas pertenencias, para seguir a la Compañía en su andar depredador por todo el Chaco Santiagueño. La paga era a destajo, casi siempre con moneda o vales de la propia Empresa que debía cambiarlos forzózamente en la proveeduría de la misma.
[...]
A comienzos del Siglo se calculaba la existencia de mas de 140 obrajes con 140.000 obreros del hacha. En la actualidad se habla de unos 4.000 hacheros, aunque muchos de ellos, como lo veremos mas adelante, y sobretodo en el departamento Copo se han convertido en "propietarios forestales" como consecuencia de nuevas formas de saqueo de la tierra publica inventada en los gobiernos provinciales justicialistas que nos precedieron desde 1983 y que jamás respetaron el pensamiento de Perón con referencia a nuestros recursos naturales.
Esta es la triste historia de Alhuampa, Puna, Roversi, Girardet, Otumpa, Quimilí, Cejolao, Campo Gallo, Monte Quemado, etc y casi todos los pueblos del Chaco santiagueño y del Norte argentino. Una vez que se terminaban los quebrachales de la zona, la compañía recién procedía a vender y lotear las tierras yermas y devastadas que quedaban.
La vida del hachero
Sé por mi papá (que fue hachero del quebracho, conservo su hacha) del Chaco y sus obreros, década de 1930. Me contaba, entre otras cosas, de la comida, “Guisos guachos y galleta forestal, que había que romperla con el cabo del cuchillo para partirla. Dormíamos como podíamos por el calor, los mosquitos y las víboras, en un camastro hecho en cuatro horquetas clavadas en el suelo con palos atravesados y algunas calchas encima para proteger las costillas. El agua era traída por el contratista del vagón tanque más cercano, y colocada en tachos había que dejarla para que asiente el herrumbre; a veces era mejor la de la cañada”.
El camino o picada para entrar en la selva donde funcionaba el obraje era hecho por el arrastre de los rollizos, donde resonaban los gritos y golpes de hacha. Cuando los rayos del sol rasaban las copas de los árboles los hombres salían de las casillas de madera, de los ranchos de barro y paja, otros de los benditos, una simple enramada que cubrían los pozos que sirvieron de refugio durante la noche, construcción aprendida de los indios.
No era fácil andar por el monte. Salían al amanecer para el obraje con el hacha al hombro, sorteando hierbas y arbustos, todo era impenetrable. Ya delante del árbol se colocaban uno frente al otro a cada lado del tronco.
Revoleaban el hacha sobre sus cabezas y la bajaban con la violencia que le daban sus fuerzas sobre el lugar del tronco elegido, el que a veces medía más de 2 metros de espesor, uno por vez haciendo un corte en V. Así, repetidas veces, cadenciosamente, y con gritos acompañando al golpe del hacha, hasta que árbol cayera. Una fatiga infinita se iba apoderando fatalmente de todos sus miembros, principalmente brazos y piernas, que les causaba un embotamiento haciéndolos insensibles al ambiente selvático.
De este hachero dijeron las falsas comisiones investigadoras, siempre agrodiputados: “Los peones de los obrajes, debido a las leyes selváticas y sus costumbres en ese ambiente, habituados desde la infancia a esa ruda labor y a privaciones, son hijos del rigor, de modo que sobrellevan sus pesadas tareas como si hubieran nacido para ese sistema de vida”. No sólo incurrían en inexactitud científica, también mentían.
Los hacheros fueron hombres que sobrevivieron a una infancia ahogada por la miseria. Eran fuertes y rudos, pero enfrentaban un trabajo duro y cruel en la selva. En el lugar de su tarea sólo se podía transitar a golpe de hacha y machete. Comenzaba con el día y se prolongaba toda la jornada entre una nube de mosquitos, tábanos, jejenes, moscas, viuditas, garrapatas y polvorines, bajo un sol que calcinaba los cuerpos entre el vaho húmedo y hediondo de pantanos y cañadas.
Un trabajo de días interminables, donde mujeres, hombres y niños agotaban su mirada y escucha para evitar el salto de una yarará, como jugar con la muerte a cada rato. Pero el veneno de las víboras no era solo su mal; también la lepra, el paludismo, la sífilis, la tuberculosis, o la savia del quebracho, que les provocaba úlceras muy dolorosas. Sin embargo, los agrodiputados sostenían que ciertas anomalías de orden moral y físico de los hacheros no eran aplicables a los obreros de La Forestal, obedecían a la forma de ser e idiosincrasia de ellos mismos.
Para referirse a la tuberculosis de sus pulmones decían que la causa era que el criollo no tenía hábitos de alimentación racional, era carnívoro en exceso. No tenían idea del ambiente donde trabajaban, acompañados de su familia, el que no se caracterizaba por despensas y verdulerías. Los médicos de la época, algunos de apellidos ilustres que han sido dueños de sanatorios en esta capital, acaecida la muerte de un obrero la certificaban como “accidente”.
Sólo después de repetidos informes médicos del ejército para la aptitud física de los aspirantes al servicio militar obligatorio, que los declaraban “inútil todo servicio” atribuida a la escasa y mala alimentación que tuvieron en su niñez, exceso de trabajo y mala vida desde los 10 a los 20 años, recién cambiaron los diagnósticos de la causa de la muerte de obreros. (Fuente: Rafael Virasoro, “Vida y milagro de nuestro pueblo”).
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