El primer siglo cristiano como historia judía - Parte 1

Martin A. Cohen


El judaísmo tal como hoy lo conocemos comenzó su consolidación durante el primer siglo después del nacimiento de Jesucristo.1

Un anciano que viviese en el año 110 d.e.c. no podría sino maravillarse de los cambios que habían ocurrido en la herencia de sus padres durante el lapso de su propia vida. Cuando él nació, el judaísmo era primordialmente un culto de sacrificio; ahora, era una religión de oración. Antes, el majestuoso Templo de Jerusalén, construido por Herodes, era el centro de la vida judía; ahora, cada una de las sinagogas en todo el mundo eran centros autónomos unidos por una tradición común y una disposición a escuchar a los maestros de Eretz Israel. Antes, los líderes oficiales del judaísmo eran sacerdotes nacidos en el seno de la nobleza y entrenados en el ritual bíblico; ahora, eran rabinos, a menudo de origen humilde, educados en la ley halájica (la halajá), el saber y el conocimiento de la vida. Antes, el judaísmo constituía una tradición de movimientos conflictivos; ahora, asomaba la uniformidad donde había prevalecido la diversidad. Antes, todavía era común en el judaísmo la pugna por el control entre los universalistas y los nacionalistas; ahora, la pugna había cesado, pero su resultado era claro: el judaísmo sería una religión universal, cuyas nuevas actitudes, nuevas formas y nueva filosofía, que apenas se bosquejaban a principios del primer siglo, se habían desarrollado hasta tal punto que se fijarían y quedarían registradas para la posteridad.2

La situación y la metodología
Nuestro conocimiento de la historia judía del primer siglo crece constantemente como resultado tanto del descubrimiento de nuevas evidencias como por el desarrollo de mejores métodos para avalar lo viejo. Los documentos son ricos y variados. Varían desde las obras filosóficas de Filón hasta las obras históricas de Flavio Josefo; desde los apocalipsis de la llamada literatura pseudoepigráfica a los manuales y comentarios de los rollos del Mar Muerto; de los libros de los Hechos y los primeros escritos de los Evangelios a las primeras creaciones de los Padres de la Iglesia. Incluyen sobre todo los tesoros de la literatura rabínica temprana recopilados en trabajos como la Misná, la Tosefta, los comentarios bíblicos, unas veces de tipo legal (halájicos) y otras sobre oratoria sagrada conocidos como el Midrás, y los primeros estratos del Talmud. A pesar de que estos trabajos se redactaron mucho después del primer siglo, esclarecen enormemente las bases del judaísmo, como también las del cristianismo.3

Aun así, a pesar de esta cantidad de fuentes – tal vez debido a ello – el primer siglo se ha prestado a una amplia variedad de interpretaciones, a menudo conflictivas. Esto se debe principalmente a dos factores: el sorprendente silencio o laconismo de las fuentes en muchas áreas críticas, y el hecho de prevalecer muchas veces el prejuicio teológico sobre un análisis desapasionado en gran parte de la historiografía judía y cristiana de la época. Afortunadamente, desde hace años, un creciente número de estudiosos consideran que esta época resulta vital y, suspendiendo sus predilecciones teológicas, reconocen que los elementos actuales, quizás importantes en sus respectivas tradiciones, a menudo no existían, estaban latentes o emergiendo durante el primer siglo, y deben, por lo tanto, ser estudiados en contextos radicalmente diferentes a los propios. Más aún, reconocen que el análisis histórico elude la conjunción arbitraria de datos, y busca la reconstrucción de eventos a través de la aplicación de refinadas técnicas de las disciplinas históricas y sociológicas actuales. Consideran, sobre todo, los documentos del primer siglo al mismo tiempo que consideran otros elementos del pasado sub specie humanitatis, como el producto de seres humanos, luchando por problemas humanos básicos, trabajando a través de instituciones hechas por el hombre, y expresándose por medio de un lenguaje y de ideas socialmente desarrolladas y en gran parte socialmente determinadas.4 Por eso, la historia judía, durante este primer siglo, implica considerar la relación entre la circunstancia espiritual y el logro social.

Para entender esto, es fundamental darse cuenta de que el contexto de vida de nuestro hipotético anciano no es idéntico al nuestro. Por más que sus problemas y emociones hayan sido similares a los nuestros, las instituciones y las doctrinas por medio de las cuales buscaba la satisfacción de éstas eran fundamentalmente diferentes. Nosotros dividimos el pensamiento y las acciones humanas en categorías tales como lo social, lo político y lo religioso. Estas divisiones eran extrañas para él. Para él, toda la vida estaba dominada por la ideología que llamamos religión. Para él, toda la vida estaba dominada por el Pentateuco. La Torá proporcionó la base ideológica para todo el judaísmo durante el primer siglo, pero lo que la Torá significaba en el año 100 d.e.c. era algo muy diferente de lo que significaba un siglo antes.

Para nuestro hipotético anciano, el evento elemental del primer siglo ocurrió cuatro décadas después del ministerio de Jesús de Nazaret. En el año 70 d.e.c., el Templo de Jerusalén fue destruido, y terminó el culto del sacrificio y la supremacía del sacerdocio. Roma fue el catalizador de estos eventos, la destrucción del Templo marcó el fin de una era en el judaísmo y el comienzo de otra, y su actividad ayudó a dar forma a ambos.

La época de la destrucción
1. El gobierno de Roma
En gran parte gracias a Josefo, conocemos ampliamente la historia del control de Judea por Roma en la época anterior a la destrucción. Roma no vino a Judea como un tirano; pero sin embargo se convirtió en eso. Había empezado confirmando a los judíos en sus privilegios individuales y corporativos, y terminó sembrando frustración, inseguridad y rebelión por medio de sus títeres, procuradores y publicanos. Su objetivo inalterado era asegurar estabilidad en la tierra que servía de vínculo vital para su imperio de tres continentes; pero su logro fue la creación de una impaciencia que no se podía detener. Cada década sucesiva del primer siglo vio encenderse las llamas de la rebelión con creciente frecuencia y violencia, hasta que en el año 66 se unieron en una guerra a gran escala contra Roma.5

Roma ejercía un estricto control sobre la vida política de Judea y aunque, de forma directa o por medio de sus títeres, decidía cuándo el Sumo Sacerdote podía ponerse sus vestiduras sagradas,6 interfería poco en la vida interna de los judíos. Mientras el Imperio Romano controló Judea, la Torá se mantuvo como constitución de esa tierra. Paulatinamente, tal vez ya desde una década antes de la llegada de los romanos, en el año 63 a.e.c., y sin duda no muchas décadas después, la autoridad para interpretar la Torá pasó de la aristocracia sacerdotal, conocida como los saduceos, al movimiento popular de los fariseos.

2. El liderazgo de los fariseos 7
Los orígenes de los fariseos están cubiertos por la oscuridad. Emergen de la leyenda sólo después de la revolución de los Macabeos de los años 168–165 a.e.c., y su primera historia es una pugna continua con los saduceos por el control de la vida judía. Parece que se mantuvieron en la cresta del poder mientras duró la revolución, que fueron casi destruidos durante los reinados de Juan Hircano (135–104) y Alejandro Janeo (103–76), y volvieron al predominio político con Salomé Alejandra (76–67). Lamentablemente se conoce poco acerca de las actividades de los fariseos en el siglo primero a.e.c.; los primeros datos ciertos acerca de sus instituciones y de sus ideas datan del final de ese siglo y el comienzo del primer siglo d.e.c.

Los fariseos y los saduceos se diferenciaban principalmente por su manera de considerar la Torá. Los saduceos eran constructivistas estrictos, ajustados a la letra de la palabra escrita. Los fariseos eran constructivistas relajados, que insistían en que la palabra de la Ley se debe subordinar a su espíritu. Ya que no podían cambiar la Ley, desarrollaron un sistema para interpretarla, que llamaron la tradición oral o la Ley oral. Reclamaban que la ley oral había sido revelada a Moisés junto con la Torá escrita, que había sido utilizada para interpretar la Torá durante todas las generaciones anteriores, y que en virtud de su doble conocimiento ellos eran los portavoces legítimos de su tradición. En sus interpretaciones, los primeros fariseos manifestaron liberalismo e igualitarismo; su política parece haber sido la subordinación de la ley a las necesidades humanas: la ‘consideración por la gente’,8 como lo presenta Josefo, era primordial en sus mentes. Esto, tal vez más que cualquier otro factor, les permitió ganarse la lealtad de la gran mayoría del pueblo.9

3. Las doctrinas fundamentales de la tradición oral
Tres doctrinas fundamentales de la tradición oral y sus corolarios –todas opuestas rigurosamente a la de los saduceos– tuvieron un papel esencial en el pensamiento y en la actividad de los judíos del primer siglo. Estas eran: primero, el sistema de Mitzvot; segundo, el Mundo por venir; tercero, la Resurrección de los muertos. Todas estas incluían ideas antiguas mezcladas con ideas nuevas.10

De acuerdo a los primeros rabinos, cada hombre estaba obligado a cumplir con los mandamientos de la doble Torá: estos eran las mitzvot. La tradición posterior contó seiscientas trece mitzvot que el hombre debía observar en el día a día. En cierta forma, los líderes de la tradición oral consideraban las mitzvot como sacramentos; tal como Jesús las conoció y en las que creyó, todas ellas, grandes o pequeñas, debían realizarse con igual fervor, ya que según los maestros de la tradición, “No sabes qué recompensa te traerá la realización de las mitzvot”.11 La recompensa o, en caso de omisión, el castigo, serían repartidos, si no en la tierra, en la otra vida del alma, en el mundo por venir (olam ha-ba). Los fariseos habían concebido el mundo por venir como una respuesta a los problemas de teodicea que el Pentateuco y los saduceos habían dejado sin resolver, especialmente para los menos privilegiados. Además, los fariseos prometieron que los justos –aquellos con un elevado saldo de mitzvot en la pizarra celestial– serían favorecidos con la resurrección corporal al final de los días.

El objetivo de este sistema de pensamiento era, pues, de redención y profundamente escatológico. Aunque no podemos establecer exactamente qué creencias tenían los fariseos de la época anterior a la destrucción con respecto al final de los días, el término ‘reino de los cielos’, tan importante en la literatura rabínica, parece claramente haber formado parte de su cuadro conceptual,12 pero no se puede establecer cómo la tradición oral se relacionó con las ideas mesiánicas que se habían estado desarrollando en Judea durante varios siglos. Una cosa parece segura: cualquiera que haya sido la relación, la posición del liderazgo fariseo anterior al año 70 d.e.c. impidió que se enfatizaran los ideales mesiánicos.

4. Las divisiones y sectas entre los judíos del primer siglo
La doble Torá fue esencialmente una ideología para épocas estables, y los fariseos y muchos de sus seguidores gozaban de esa vida estable en las primeras décadas del primer siglo. Encargados de la ley, y llenos de prerrogativas y privilegios en la tributación, el liderazgo de los fariseos se desarrolló hacia una fuerte elite académica. Alejada social e intelectualmente del pueblo, esta elite se convirtió en la defensora de la posición de Roma y en la voz de la subordinación al Imperio.

Sin embargo, durante estas mismas décadas, la opresión y la inseguridad cada vez mayores convirtieron la vida en una pesadilla para algunos círculos cada vez más amplios de la población rural y urbana de Judea, y los portavoces del statu quo no podían dar una respuesta adecuada al dilema de los afligidos. Cuando el dolor y el hambre minaron sus fuerzas y obstaculizaron la realización de las mitzvot, unos se retiraron de la sociedad, otros buscaron una explicación para su suerte en la ideología del mesianismo, y otros tomaron ambos caminos.

La tradición mesiánica hablaba de la injusticia, los problemas y la angustia que presidirían el advenimiento del fin de los tiempos. Consecuentemente, trajo a los de abajo un mensaje de esperanza: aunque oprimidos, no habían sido rechazados; ellos habían recibido la señal para poder prepararse adecuadamente para la gloria próxima. Los realmente rechazados podían estar seguros de que eran sus complacientes líderes –‘los fariseos’ de los evangelios sinópticos–, indiferentes en su iniquidad, y para quienes la llegada intempestiva del Mesías sería la cancelación de sus privilegios y prerrogativas.

La diferencia entre los oprimidos y los líderes fariseos se puede observar bien en el caso de la clase de pequeños granjeros, los am ha aretz, quienes habían sido uno de los soportes de los fariseos para subir al poder. Al comienzo de la guerra contra Roma, la palabra am ha aretz había empezado a connotar la idea de ‘rústico’ y ‘patán’ para los líderes fariseos, y la antipatía entre los dos grupos se hizo tan violenta que al final del siglo Rabbi Eliézer pudo decir que estaba permitido matar a un patán incluso en un día del Perdón (Yom Kippur) que cayera en Sábado.13

Una ideología es estable en la medida en que lo es la sociedad que la apoya. Incluso en épocas de máxima estabilidad, una sociedad engendra tendencias centrífugas, directamente relacionadas a las necesidades humanas. En épocas inestables, estas tendencias se canalizan en movimientos. Las fuentes nos muestran la aparición, casi de manera concurrente, de varios grupos (algunos, sin duda, con fundamentos anteriores), todos respondiendo a las presiones de la época por medio de la ideología de la Torá, y muchos por medio de las doctrinas básicas de la tradición oral.14

Existieron grupos que buscaban refugio para el naufragante barco de la sociedad en una vida monástica, segura y regulada, indiferente a la búsqueda de ganancia y a la gratificación sensual, y preocupada por la pureza del cuerpo y del alma, la práctica de la ética y un régimen de contemplación, oración y estudio de la Ley. Grupos tales como los esenios, los representados en el Documento de Damasco, y la secta o sectas de Qumrán, son sorprendentemente similares entre ellos, y también similares a los Terapeutas, que según Filón, florecieron en Egipto dos siglos antes. Se diferenciaban entre ellas principalmente en detalles, tales como la extensión de su ascetismo, la duración de su noviciado, y la naturaleza de su gobierno. Los esenios incluían a grupos rurales y urbanos, la mayoría célibes, y algunos que formaban familias; otros grupos no tenían restricciones en relación a las mujeres. Los esenios en general eran pacifistas; los sectarios de Qumrán, en cambio, aparecen con cierta inclinación militarista. La mayoría de estos grupos creían firmemente en la llegada de un Mesías. Nuestras fuentes judías sobre los esenios hablan de su creencia en la inmortalidad del alma, pero nada sobre su escatología. El escritor cristiano Hipólito, a finales del segundo siglo o principios del tercero, nos cuenta en La Refutación de las Herejías que los esenios creían en la resurrección del cuerpo y en la llegada del día del Juicio.

El sentimiento apocalíptico era muy fuerte entre estos grupos y en otros que no se habían retirado del vértigo de la sociedad. Su creencia implícita en la Torá iba acompañada de la certeza de que los escritos de los profetas estaban destinados a la escena contemporánea. Estaban convencidos de que vivían en lo que la Misná llamará las “huellas del Mesías”, y buscaban afanosamente el advenimiento del nuevo orden. Los escritos están llenos de visiones de venganza y realizaciones que compensarán la triste realidad de sus vidas.15

Las doctrinas de los apocalípticos son a menudo similares a las de la tradición oral; los autores de algunas de las visiones pueden muy bien haber sido partidarios de la doble Torá. Las dos tradiciones no tienen necesariamente que haber sido mutuamente excluyentes, por más hostiles que hayan sido sus respectivos grupos líderes. El mismo cuerpo de doctrinas que sirvió a los fariseos como fuente de estabilidad puede haber sido tomado por los apocalípticos para servir a gentes en la agonía de la desesperación. En verdad, algunas de las doctrinas de Jesús están muy cerca de las de un ‘fariseo apocalíptico’.

La militancia de la comunidad de Qumrán se evidencia en muchos otros grupos que buscaban terminar con la opresión por medio de una llamada a las armas. Entre estos estaban la Cuarta Filosofía, los Sicarios y los Zelotas. Considerar cualquiera de estos grupos como puramente político es imponerles categorías modernas. El elemento que llamamos religión era esencial para todos ellos. La ‘Cuarta Filosofía’ es conocida por haber compartido las ideas fariseas y por haber peleado bajo el lema de que sólo Dios es el Soberano y el Señor; y plataformas similares fueron sin duda tomadas por otros grupos.16 Hipólito llega incluso a identificar a los zelotas y a los sicarios con los esenios.

Por más similares que hayan sido estos grupos entre sí al responder a las circunstancias del momento, no existe ninguna certeza para asumir que estuvieran conectados institucionalmente. Sus programas y plataformas tienen una semejanza incuestionable. Sin embargo, un estudio de los subgrupos de todos los grandes movimientos de la historia (las revoluciones macabea, francesa y americana, y el movimiento contemporáneo de derechos civiles de los Estados Unidos son cuatro de cientos de posibles ejemplos) demuestran convincentemente que la afinidad de creencia y propósito no significa necesariamente la identidad del liderazgo.

Esta concepción se ha hecho cada vez más importante desde el descubrimiento de los rollos del Mar Muerto.17 Aunque los rollos no hubieran servido al historiador del judaísmo para otra cosa, por lo menos lo han consolado demostrando que las frecuentes alusiones crípticas de la literatura rabínica temprana no son lo más difícil de descifrar. Las referencias crípticas de los rollos a personajes y eventos son altamente resistentes a una reconstrucción histórica desinteresada, y sigue resultando problemático establecer certezas acerca de la historia y del alineamiento de las instituciones que allí aparecen. Incluso la datación de los mismos exige bastante amplitud.

Si los rollos se pueden situar en cierta manera dentro del periodo de nuestro interés, ya habrán contribuido en dos áreas importantes: primero, a nuestro conocimiento del calendario,18 prácticas, instituciones, pensamiento y valores del grupo o grupos que pueden haber influido sobre el cristianismo emergente; y segundo, a nuestro reconocimiento de la complejidad y diversidad de las subideologías conectadas con el concepto de Torá y de la doble Torá durante la época anterior a la destrucción.


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